martes, marzo 29, 2011

La sagrada institución del matrimonio


Hasta hace poco tiempo atrás podía jactarme de que mis amigos eran todos unos hipientos que no pensaban en el matrimonio. En general todos come curas, rebeldes (con y sin causa), en el constante límite entre ser mínimante rentables y la banca rota... y así un montón de características de las cuales, en general, me siento "orgullosa". Sin embargo algo cambió, y en lo que va del año ya he estado presente en tres matrimonios (dos de los cuales por la iglesia), visitado la casa de varias parejas, y escuchado los planes de familia de unos cuantos. Honestamente me alegro por ellos. Finalmente supongo que en algún momento a todos nos toca ordenar nuestras vidas y, como dicen por ahí, "madurar" (palabra de la que, inconscientemente, no puedo evitar pedir una definición. Pero eso es sólo para mi misma). Me gusta verlos felices, tirando la casa por la ventana, compartiéndo, riendo, peinados/as, estrenando traje/vestido... Y si, a veces pienso que yo podría hacer lo mismo..., pero creo que todavía no.
El tema es que es agotador. Si yo me canso sólo asistiendo a los eventos, ¡me imagino el estres con el que terminarán los novios y sus familias!
Además, parte de este mismo fenómeno, el cuál es inherente a ponerse vieja, es que los amigos solteros escasean y se convierten en bienes preciados de todas las solteronas...
Pues bien, para la última fiesta a la que me tocó ir, decidí que era demasiado complicado y humillante estar buscando alguien que me acompañara al Cajón del Maipo. Soy una mujer independiente, ¿no? He vivido en otros países, viajado sola, comido sola... ¿cómo no voy a poder ir a una fiesta sin un príncipe consorte?
¿Conclusión después de la experiencia? ¡¡Es aburrido!! Los matrimonios son para ir en pareja. Necesitas tener alguien para bailar o echarle la culpa en caso de no hacerlo. La verdad es que la parte de la comida y el cóctel estuvieron de lo más bien (aunque casi me da un coma diabético después de comerme una tremenda copa de Suspiro Limeño). El problema fue cuando empecé a bailar con mis amigas que también habían ido solas... Para empezar me acordé de cuando recién empecé a ir a dicotheques (lo que me llevó a deducir porqué nunca fui demasiado). Después, y esto me bajó de un paraguazo a las fiestas de colegio, cuando me gustaban los amigos de mis hermnanos que obviamente no me pescaban. La cosa es que estando de lo mejor, tratando de no morir a causa del Suspiro Limeño y media vaca que me comí en la cena, la música era excelente, bailaba Chico Trujillo y en eso, llega un "lolo" que me pregunta: ¿Queris bailar?... Hacía taaaanto que no me preguntaban eso, al menos no así. Comprenderán que puse mi mejor cara de circunstancia y empecé a bailar. La cosa era bailar, no ser su amiga, menos conseguir un teléfono. Minutos después vino la segunda pregunta: ¿cómo te llamai? Uf, ahí debo reconocer que el lumbago no me dio para recoger el carné. Respondí cortésmente. Tercera pregunta: ¿Tú eris amiga de la Dani? (a esas alturas yo sólo asentía), yo soy amigo del Gonzalo, el hermano chico. Y no sé, díganme enrollada, iknow, I'am, pero no pude contenerme, y tuve que partir al baño. Volví, pedí un vaso de agua y creí que bailarín adolescente preguntón, había desaparecido. Pero no, ahí estaba esperándome para continuar con las preguntas... Pero no, no resistí. Fui por otro vaso de agua, bailé un par de segundos más, vino el ramo y me disculpé por mi dolor de estómago. Terminé durmiendo en el auto.

1 comentario:

Bárbara dijo...

Sienta cabeza, que ya estás en edad de merecer. O por último te consigues un amigo gay de esos buenos para bailar.